Ucronías 5

de Agustín Jaureguízar

> La Biblioteca del Laberinto

Ya sea que creamos o no en que los eventos están ordenados conscientemente antes de que ocurran, nos vemos obligados a admitir la importancia de la Contingencia en los asuntos humanos. Si creemos en una disposición ordenada y predeterminada, la pequeña circunstancia de la que puede depender un gran evento se convierte, en nuestra opinión, en la instrumentación mediante la cual se opera el gran plan. De ninguna manera deja de lado la influencia vital de la posibilidad de asumir que toda posibilidad va en una dirección que no podemos ver.

El creyente en las providencias especiales considera claramente providencial, por ejemplo, el vuelo de las bandadas de aves que desviaron el curso de las naves de Colón hacia las costas de las Indias Occidentales, de modo que esta circunstancia trivial hizo que el gran navegante volviese sus proas. Quienes, por otro lado, rechazan la idea de providencias especiales y tratan la Historia como una secuencia de sucesos que surgen mecánicamente de las relaciones de los hombres entre sí, deben admitir que las causas siempre se enfrentan a las causas y que el buen equilibrio de la acción y la reacción a veces puede verse influenciado radicalmente por una circunstancia tan pequeña como el graznido de los gansos del Capitolio de Roma.

Pero si tomamos acciones y reacciones históricas en sus momentos de equilibrio, vemos que la marcha de los acontecimientos parece seguir a veces el vuelo de una pluma. Consideremos, en otro ejemplo, la declaración del duque de Wellington de que el resultado de la batalla de Waterloo giró sobre el cierre de las puertas del castillo de Hougoumont de la mano de un hombre. A la luz de los sucesos que dependieron de este acto insignificante, ¿no parece que por un momento el accidente superó a cualquier necesidad que hubiera heredado el carácter de los franceses o el de las naciones dispuestas en su contra en Waterloo? Puede ser función de la Contingencia corregir el exceso de confianza del evolucionista.

En todo caso, no podemos descartar el «si»: como dice Touchstone, hay mucha virtud en él.

J. E. Chamberlin. Los «si» de la Historia