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bariaga el 31 de mayo de 2017 opina:
Me he llevado un chasco enorme con este libro. A pesar de que su historia, que no me ha parecido nada del otro mundo y se me ha hecho demasiado simplona, puede ser agradable, como un cuento, su forma de narrarla es exasperante. El narrador en primera persona es Alex White, que explica, a sus ochentaypico años, sus años mozos. Pues bien, es un viejo cocho que se va por las ramas, da mil rodeos para decir algo y no para de interrumpirse con tonterías. Sus innumerables referencias a él mismo bajo el seudónimo que utiliza como escritor se hacen increíblemente pesadas. A mí me corta constantemente el hilo, me saca de la narración. Si fuera algo ocasional, aún, pero lo hace tantísimas acaba cayendo en la estupidez.
Tampoco ayuda que el protagonista, el joven Alex White, sea un personaje muy poco carismático a mi parecer. Cobarde, mentiroso, poco inteligente y que no espabila nunca. En ningún momento he sentido empatía por él. En resumen, un libro con una original forma de narrar una correcta historia que bien puede ser un aceptable cuento de hadas, nunca mejor dicho. Pero ser original no necesariamente es bueno. 9
miguel matesanz el 19 de octubre de 2016 opina:
Reseña publicada en La Ventana de la Agencia (17-10-2016):
Érase una vez un joven licenciado en Periodismo que publicó un cuento titulado Nacido de hombre y mujer en The Magazine of Fantasy & Science-Fiction. Corría el verano de 1950. El joven se llamaba Richard, tenía veinticuatro años y acababa de vivir los espantos de la Segunda Guerra Mundial como soldado de infantería. Había nacido el 20 de febrero de 1926. Sus padres eran emigrantes noruegos que llegaron a Nueva Jersey a comienzos del siglo XX. Afincados en la localidad de Allendale, inculcaron en su hijo los valores del aislamiento: la familia era lo más importante en la vida, y una familia de inmigrantes debía protegerse de los habitantes del Nuevo Mundo. Richard aprendió bien pronto esta lección y sus historias paranoicas y obsesivas, de un individualismo radical, se convirtieron, poco a poco, en clásicos admirados por escritores y lectores. En 1954 publicó Soy leyenda, con tan sólo veintiocho años, un título que influyó de forma profunda en todas las generaciones venideras de escritores dedicados al terror y la ciencia-ficción. Aunque la literatura era su pasión, los libros no daban mucho dinero y Richard hubo de ganarse la vida como guionista de cine y de televisión. Puede que a muchos de ustedes el nombre de Richard no les suene de nada, pero algunas de las más inteligentes y espeluznantes pesadillas que se han visto en una pantalla nacieron en la imaginación de este maestro de la narración. Richard se casó con Ruth Anne en 1952 y tuvieron cuatro hijos. Falleció a la edad de 87 años, en 2013. A pesar de su avanzada edad, publicó dos años antes de su muerte Otros reinos, novela que comenzó a escribir con 82 años. El gran maestro, el renovador de géneros, el inventor de recursos inesperados, tuvo el detallazo de dejarnos una última historia, un hermoso epílogo a su carrera, un intenso y muy sentido relato de magia: Érase una vez un joven soldado norteamericano de 18 años destinado al 111 de infantería, división veintiocho de la Fuerza de Expediciones Americana, durante la Primera Guerra Mundial. Se llamaba Alexander White, era hijo del intratable Bradford Smith White, capitán de la Marina de los Estados Unidos, y había nacido el 20 de febrero de 1900. Su madre y su hermana murieron demasiado pronto y el único refugio contra el dolor que le salió al paso al joven Alex fue la guerra. En las trincheras francesas, se hizo amigo del miedo, del horror, de las bombas, de las ratas y de Harold Lightfoot. Harold era natural de Gatford, una pequeña aldea del norte de Inglaterra. Ése fue uno de los dos regalos que le hizo a su amigo Alex: el impulso de viajar a Gatford. El otro regalo duró más bien poco. Cuando Alex se licenció en 1918, decidió visitar el pueblo natal de su amigo. Allí le esperaba el resto de su vida, la historia que le convertiría en: Érase una vez un escritor norteamericano llamado Arthur Black. Sus novelas de terror gozaban de popularidad entre el público. La temática gótica, sazonada de espantos primitivos y pueriles, había conseguido atraer la atención de numerosos lectores, y la serie Medianoche se había convertido en un modesto clásico del género. Arthur Black escribía sus terroríficas pesadillas de manera mecánica, recurriendo a esquemas narrativos y tópicos estilísticos empleados mucho antes que él por muchos otros autores. Su obra no era original, y no pretendía serlo. Black era un escritor sin alma, sin corazón. Pero, a la edad de 82 años, echó la vista atrás, a los tiempos en que todavía no era Arthur Black, a los tiempos en que %u201CÉrase una vez%u201D significaba la más hermosa de las posibilidades, el milagro inesperado y salvador, la sorpresa mágica: Érase una vez un lector español que amaba la Literatura, que admiraba la obra de un tal Richard Matheson. Durante años, había reunido todo cuanto se había publicado en su país de ese autor. No era su obra completa, porque muchas de las novelas escritas entre 1980 y 2010 no se habían traducido al castellano. Pero el lector estaba convencido de que tenía todos los libros que sí se habían traducido. Estaba convencido de ello, y estaba equivocado. El milagro, la sorpresa mágica, sucedió hace dos semanas. Una referencia apareció en la pantalla del ordenador, un título nuevo, en castellano, publicado en julio de 2015 por Kelonia Editorial, de Valencia, en la página de Cyberdark. Compra inmediata, recibido dos días después, acompañado (aprovechando) de lo nuevo de MR KING y una rareza apocalíptica. En cuanto lo tuvo en sus manos, el lector empezó a leer. Y leyó y leyó y leyó hasta el poema final en mayúsculas que cerraba la novela. Richard lo había vuelto a hacer. Le había vuelto a arrebatar, con una historia diferente a las que solía escribir cuando fue Leyenda. Diferente porque, en realidad, no sólo la había escrito Richard. La habían escrito Richard Matheson y Alexander White y Arthur Black. Una historia contada a tres voces. El octogenario Richard contando la historia escrita por el octogenario Alexander sobre lo que sucedió antes de que se convirtiera en Arthur, y éste último haciendo de las suyas, interviniendo cada dos por tres, porque, no en vano, él era el escritor de terror, no el jovenzuelo Alexander. Toda una filigrana narrativa, un trabajo exquisito y en todo momento absorbente, una despedida emotiva y deslumbrante, una demostración de lo que significa ser un narrador colosal, a pesar de los años, a pesar de la cercanía del fin, a pesar del dolor de vivir: Érase una vez la guerra. Érase una vez el amor. Érase una vez Ruth Anne%u2026 8
bibliotecario el 15 de octubre de 2015 opina:
Para mi ha sido una lectura muy amena y entretenida. Matheson sabe lo que hace siempre. Quizás al tratarse de un escritor que revolucionó en su momento el género con varias vueltas de tuerca, esperamos un efecto similar al que encontramos en el pasado en otras de sus historias.
La narración en primera persona tiene un ritmo pausado, está salpicada de cierto sentido del humor de Arthur Black y va dosificando poco a poco la información para mantener el interés. La temática del mundo de las hadas y los seres faericos ha resultado, sin ser original muy satisfactoria de leer. 5
Joram el 14 de octubre de 2015 opina:
Si tuviera que resumirlo en una palabra: decepción. La historia no está mal, la narración es interesante y tiene algún destello que otro, pero esperaba más del señor Matheson.
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