> Sportula
He aquí los distintos relatos que contiene el libro:
Cabos sueltos en el tapiz, de Rodolfo Martínez
Una suerte de prólogo escrito por mí en el que me da por ponerme poético y hablar de mitología nórdica como si de verdad supiese algo del tema.
«Un agujero por donde se cuela la lluvia». Yo de nuevo. Situar esta novela corta tan al inicio del volumen es un riesgo, ya que es, quizá mi texto más experimental y difícil, pero la cronología es como es, qué le vamos a hacer.
VYo, Dios, de Amparo Montejano.
Los que conozcáis «Los celos de Dios» tal vez recordéis al robot Bishop. Aquí asistimos a una visión entre bastidores de lo que hizo al escapar de su confinamiento y cómo se las apañó. Fue de los primeros relatos que recibí y confieso que no esperaba que se pudiera sacar tanto partido y tan bien a lo que, en mi novela corta original, era poco más de una frase. No había leído nada más de Amparo antes de este cuento, pero es algo a lo que prometo poner remedio en cuanto pueda.
La carretera, de Rodolfo Martínez
Mi primer relato «espacial» de Drímar. Un hombre torturado recorre una carretera sin final en un mundo alienígena.
El botón, de Gemma Solsona.
Una delirante revisitación del escenario del cuento anterior. Mientras lo leía no sabía qué pensar y llegué a considerar la posibilidad de que la autora se hubiese vuelto loca al escribirlo. Locura maravillosa, de ser así. Como me pasó con Amparo, fue el primer relato que leí de Gemma, y no va a ser el último, de eso estoy seguro.
La carretera, de nuevo, de Eduardo Vaquerizo.
Donde Edu revisita, al mismo tiempo, mi relato y el de Gemma en una doble pirueta mortal de la que sale indemne con su habitual buen hacer. Esperaba un buen relato de Edu (hace ya mucho que nos conocemos), y no me ha decepcionado. El que además decidiera enhebrarlo con el de Gemma y el mío ha sido un estupendo extra.
El alfabeto del carpintero, de Rodolfo Martínez
Esta novela corta es una especie de secuela de «La carretera».
’Analizando Del Sgt. Pepper’s al Interregno. La música en los últimos años del siglo XX y un fragmento de novela inconclusa de Laoché Hernández’, por Álber Nicolás Álbrez, de Juanma Santiago.
Cuando supe que Juanma había aceptado participar en la antología me pareció genial: siempre me han gustado sus relatos y siempre me ha parecido que se prodiga poco en ese terreno. Cuando recibí su cuento y vi el título me quedé perplejo. Luego empecé a leer y me pregunté qué demonios se estaba fumando Juanma mientras escribía; que me lo diga, por favor, que quiero un poco. El cuento es una ida de pinza delirante y espectacular que juega con los iconos de la música popular del pasado siglo, los enhebra en mis creaciones y consigue un cuento que está a punto de volarte la cabeza. Es, al mismo tiempo, pura psicodelia en estado puro y un sesudo ensayo sobre música popular.
Aquilón, de Laura S. Maquilón.
Laura revisita Tierra de Nadie y su Río de Viento y le saca un partido increíble a las tribus que viven en sus márgenes. Poético, duro y tierno al mismo tiempo, es una demostración (otra más, como si hicieran falta) de lo buena escritora que es Laura. Que además el relato aporte nuevas dimensiones al lugar que visita no tiene precio.
Instrucciones para crear un superhombre, de Cristina Jurado.
Otra vez alguien se asoma a un mínimo rincón de mi narrativa (poco más que un párrafo en una de mis novelas cortas) y lo exprime hasta sacarle todo el jugo y darle un par de vueltas de lo más interesante. Que se centre en una suerte de transhumanismo no es de extrañar, conociendo las inquietudes de Cristina.
Proyecto Crisol, de Guille Jiménez.
Esperaba muchas cosas buenas de Guille como autore, pero las supera con creces en este cuento en el que, sin abandonar sus inquietudes habituales (la identidad, las relaciones personales, las emociones) nos muestra un poco de la vida en la Tierra en un futuro lejano, y enlaza con parte del trasfondo descrito en en «Bifrost», una de las novelas cortas que forman parte de Yggdrasil (aunque ahí aparece con el título de «Heimdall», el personaje que siempre está en el Bifrost contemplando los nueve mundos).
El grito mudo, de Óscar Navas.
Como me pasó con Amparo y Gemma, es lo primero leo de Óscar. Y, al igual que con ellas, no creo que sea lo último. Un relato policiaco con toques que me recordaron a William Gibson. Está ambientado, como el anterior, en esa Tierra del futuro remoto, pero desde una perspectiva totalmente distinta, más dura y pesimista. Que el azar cronológico haya colocado seguidos ambos relatos me encanta, ya que el contrapunto que crean funciona de un modo genial.
18 rojo, de David Luna.
De algún modo, esta excelente historia de juegos de azar, estaciones espaciales, persecuciones y pasado que llama una y otra vez a las puertas de la memoria me trae ecos de Casablanca, no sé muy bien por qué. Hay algo en el tono, en la ambientación, que me hacen pensar en Rick Blaine en su café, tal vez jugando con las fichas de póquer mientras espera… ¿qué? Uno de los relatos más largos del libro (el más largo, quizá, si descartamos mis aportaciones), pero que se hace corto de leer y deja con ganas de más.
Comienzo, de Elia Barceló.
Pese a su título, es el relato que cierra el volumen, y con todo merecimiento. A estas alturas presentar a Elia es ocioso; es, sin la menor duda, la persona con una trayectoria más sólida y brillante dentro del fantástico español con diferencia. No sabía muy bien qué esperar de su relato, aunque estaba seguro de que sería bueno, pero ni por asomo contaba con la pequeña joya que nos entregó, que encima funciona de maravilla como cierre del volumen y hace que, en cierto modo, todo cobre sentido y los cabos sueltos dejen de serlo.
El libro se completa con la presentación del coordinador José R. Montejano, una detallada cronología de Drímar y un Quién es quién sobre cada autor.