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Unos leen para aprender, otros para olvidar. Y devoran el libro o el libro los devora a ellos. He aquí el plan de un lector maniático.
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icnios el 8 de mayo de 2019 opina:
Es acojonante lo que puede hacer un lector obsesionado con un escritor y King nos lo cuenta de forma maravillosa. El principio no parece que sea una continuación de Mr. Mercedez, ya que Bill Hodges y compañía no entran en escena hasta casi la mitad del libro. La historia me ha parecido muy intensa y estresante, porfavor!
9
miguel matesanz el 20 de noviembre de 2016 opina:
Reseña publicada en La Ventana de la Agencia el 14 de noviembre de 2016:
Ciertas novelas, ciertos autores, ciertos lectores: un triángulo vicioso. El fetichismo obsesivo siempre ha dado mucho juego a la hora de contar buenas historias, da igual a qué clase de objeto se dedique esa compulsión, pero en la literatura contemporánea, dentro del género de la metaliteratura, tan en boga desde hace años, la palma se la lleva la variopinta y extraña, y puede que peligrosa, relación entre escritores y lectores. Contar sobre contadores se ha convertido en todo un género, historias dentro de historias, lectores de textos que hablan de textos sobre lectores y escritores, lectores que se pierden en la frontera entre ficción y realidad, personajes que atraviesan la frontera, autores inventados por autores de carne y hueso, autores ficticios con cuentas de twitter y páginas de Facebook, autores admirados, perseguidos, condenados. En realidad, el fetichismo literario no está muy extendido (principalmente, porque esa cosa tan inútil de leer un libro no es una actividad demasiado extendida entre el grueso de la población, y me imagino que dicho grueso tendrá sus razones o excusas para tal desapego), pero como argumento narrativo nos ha dejado un número importante de grandes historias. La relación tradicional y convencional entre escritores y lectores (entre autores de ficción y gente real) se ha basado siempre en un mero intercambio de bienes (texto por contraprestación económica) y en un reconocimiento más o menos público, más o menos explícito, de los segundos para con los primeros. Cuando uno de estos elementos (sobre todo el que se refiere al reconocimiento) traspasa los límites de lo acostumbrado, entramos de lleno en el terreno de la intromisión, del acoso, del horror. Y en esto del horror ahí tenemos a MR KING, especialista en horrores varios y en horrores metaliterarios. Su hacendada y un pelín trastornada enfermera Annie Wilkes, que tiene el inmenso privilegio de acoger en su hogar durante unos días inolvidables al afamado escritor Paul Sheldon y jugar con él al mira qué martillo más mono tengo. El lamentable chantaje al que se ve sometido el casi desconocido escritor Thad Beaumont cuando un joven lector le amenaza con hacer pública su otra personalidad, la del afamado autor de novelas ultraviolentas George Stark, protagonizadas por Alexis Máquina, y cómo este simpático personaje sale del armario para liarla parda. El paleto de Mississipi, John Shooter, que acusa al exitoso escritor Mort Rainey de haber plagiado uno de sus cuentos y se empeña en que éste lo reconozca públicamente, provocando una angustia existencial y un pelín mortífera en el autor ofendido. Y así. Ahora MR KING nos presenta la segunda entrega de la serie protagonizada por el policía retirado Gustavo William Hodges, Bill para los amigos, y lo que podría haber sido un caso más para el jubilata y sus jóvenes ayudantes se convierte en toda una sorpresa, porque en realidad es mucho más una soberbia novela de MR KING que un relato policíaco o un nuevo episodio de una serie detectivesca. Al autor de Maine no le sientan nada bien los límites y las normas de los géneros, y en esta ocasión hace lo que le da la real gana porque se lo ha ganado a pulso a lo largo de los últimos cuarenta años, y todos sus fieles seguidores le agradecemos que pase olímpicamente de planteamientos previsibles y nos regale esta fantástica y potentísima novela. Muy superior a la anterior MR MERCEDES, la gran baza de esta obra es su historia. De las mejores que han salido de la inagotable imaginación de su autor. Una historia terrible y espléndida, sin elementos sobrenaturales pero con monstruos desbocados y víctimas muy vulnerables. De hecho, la historia es tan brillante y poderosa que pertenece a la serie de Bill Hodges casi por casualidad o por accidente. Hasta la página 177 no hace acto de presencia el policía retirado, y a partir de ahí su intervención es más la de un testigo que siempre parece ir un par de pasos por detrás de los verdaderos protagonistas de la función: Morris Bellamy y Pete Saubers. De policíaca esta novela tiene bien poco. Apenas hay investigación, todo se va precipitando de modo trágico y la muerte, cuando llega, lo hace tan de sopetón que te deja tan seco como a quien recibe su abrazo. Como es el más listo del corral, MR KING sabe que no necesita hacer alardes estilísticos: cuando tienes una gran historia en las manos, sólo has de contarla (la sabiduría narrativa, en este caso, se da por más que acreditada). Así es la cosa. Con una gran historia, menos es más (aunque en realidad no es menos, pero supongo que me entienden). En teoría, esta segunda entrega debería haber sido un puente de relleno que conectara con la última novela de la trilogía (por razones argumentales que no puedo comentar), pero MR KING ha preferido dar lo mejor de sí mismo y regalarnos una historia de las que resulta imposible olvidarse, una de sus más espeluznantes historias. Que es lo mismo que decir una de las más espeluznantes historias de la literatura contemporánea. Ésta es de esas novelas cuyo argumento no se debería conocer de antemano. Nada de leer el resumen de la contraportada o de la guarda, nada de que venga el listo de turno y te cuente de qué va. Lo ideal es empezar a leerla sin tener ni idea de lo que vas a encontrarte, porque la historia (lo repetiré una vez más) es de las verdaderamente acojonantes. Yo no les he contado nada, aunque esto de poco sirve. Hoy en día hay tantos espoileros como políticos populistas. Y ni unos ni otros me dan tanto miedo como la pesadilla del inconsciente Pete Saubers. Palabras escritas, palabras malditas. |
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