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Hecatombede William GerhardieEsta es la historia de Frank Dickin, un joven aspirante a escritor, y su relación con una excéntrica familia rusa, en particular con su hermosa hija Eva. Dickin, al que todos consideran pariente de Dickens, es también el protegido de lord Ottercove, un magnate de la prensa enamorado de la futura novela de Frank, en la que este narra sus aventuras y desventuras amorosas con las dos hijas de los emigrantes rusos. Con la aparición de un científico loco que se propone acabar con el sufrimiento de la humanidad valiéndose de una explosión atómica, la novela se deslizará de la mejor comedia social hacia uno de los mayores apocalipsis de la ciencia ficción.
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miguel matesanz el 28 de noviembre de 2016 opina:
Reseña publicada en La Ventana de la Agencia, 28 de noviembre de 2016:
Cada generación tiene sus olvidados, sus perdedores, sus talentos condenados. Puedes ser el escritor más brillante de tu época y ser reconocido por unos cuantos, pero si el público y los medios de comunicación (o de promoción, que viene a ser lo mismo) y el implacable Tiempo se empeñan en evitar que tu obra y tu nombre perduren, desengáñate: al final, no serás más que un jirón de humo desvaneciéndose con el paso de los años. Escritores colosales ha habido siempre, pero muchos de ellos se han quedado en la cuneta del recuerdo. Porque no es fácil perdurar. Lo más injusto y desalentador es que no siempre perduran los mejores. Por lo general, el poderío narrativo de muchos autores se impone a las circunstancias y a las modas pasajeras y a los intereses empresariales, pero siempre hay alguno, ¡ay!, que no lo consigue, que se queda a las puertas, que se despeña en el barranco de la bendecida mediocridad. William Gerhardie es uno de los grandes escritores extraviados en la locura creativa del siglo XX. El talento le salía por las orejas, había motivos más que sobrados para que hubiese perdurado como uno de los más grandes, pero, por los caprichosos designios del negocio editorial, se esfumó de las estanterías y de las crónicas literarias como un hijo desheredado de la Gloria. En su época despertó la admiración reverencial de autores tan poco dados a demostraciones de adhesión como Evelyn Waugh o H.G. Wells, y su obra Los políglotas, publicada en España hace dos años, está considerada por algún escritor contemporáneo como la obra británica más influyente del siglo XX. En estos casos, más vale juzgar por uno mismo y no hacer caso de lo que digan unos y otros. Han pasado casi cien años de la publicación de Hecatombe, la novela que acaba de editar Impedimenta, y ésta es una ocasión pintiparada para proceder a la prueba del algodón temporal. Si un texto sale victorioso casi cien años después de haber sido publicado, nos lo podemos tomar muy en serio%u2026 al texto y a su autor. Hecatombe es una sátira feroz sobre un mundo decadente, el mismo que el nuestro, porque el escenario que retrata Gerhardie es la Europa de principios del siglo XX, un lugar tan similar a la Europa (y resto de continentes) de principios del siglo XXI que nos hace pensar que el paso del Tiempo apenas transforma a los hombres que pueblan este mundo nuestro. Vivamos cuando vivamos, la necedad y la mezquindad y la tontería y la frivolidad serán siempre las reinas de la función. Gente corriendo atolondrada, haciendo todo tipo de cosas sin saber muy bien para qué, afanándose por tener una vida mejor que la del vecino, mintiendo, ocultando, trapicheando, retorciendo la semántica y los deseos. Un hormiguero de seres perdidos y confusos que, a veces, tienen la fortuna de quedar deslumbrados por el brillo milagroso de una luciérnaga. Las cincuenta primeras páginas de esta novela son un flipe. Están escritas en 1927 y son mucho más modernas y creativas que casi todo lo que se publica hoy en día. La forma de plantear y presentar la historia es admirable y de lo más estimulante. A Gerhardie no le importa que nos perdamos entre tanto personaje y tanta vuelta y revuelta, entre la pretendida ficción y la deslumbrante realidad. El autor juega sus cartas desde el principio con astucia y el firme deseo de mantenernos en vilo en todo momento, riéndose de nosotros y de su propia historia y del mundo en el que ésta sucede y en el que nosotros vivimos, que más o menos puede ser el mismo. Si el comienzo del libro es un prodigio narrativo, las cincuenta últimas páginas te dejan boquiabierto y maravillado y descolocado. Un cierre memorable y lógico, cuyas resonancias se extienden a lo largo del último siglo en un buen número de novelas mucho más famosas que ésta. El célebre y estremecedor pío-pío-pi de Matadero Cinco del también hoy casi olvidado Kurt Vonnegutt está aquí, en esta novela genial y desgarradoramente lúcida. Y en medio%u2026 un vodevil sin pausa, una bufonada filosófica y moral, un vaivén de deseos y enredos, una carrusel de idas y venidas entre mujeres tan simples que siempre acaban arrimadas a hombres con una posición inmejorable y hombres tan simples que siempre acaban arrimados a mujeres en una posición infartante, y mucho jijiji y mucho jajaja y la eterna contienda entre el ser y el aparentar, fardar sin un duro en el bolsillo, seducir sin saber para qué, gateando como bebés en busca de la felicidad, gimiendo amor a deshora en las avenidas de la soledad, y luego, cómo no, por encima y por debajo de todo, está lord Ottercove, el magnate periodístico, el verdadero protagonista del libro, héroe y antihéroe, caballero y criminal, el agrimensor de un mundo a su antojo, tan real como el nuestro. El espectáculo está servido. Las mujeres de la portada ya les esperan, en fila y luciendo sus encantos. ¿Quién será el primer afortunado? ¿Quién será el primer condenado? ¿Y a ellas? ¿A ellas quién las espera? Con toneladas de humor inteligente y talento desaforado, Gerhardie abre la ventana, echa un vistazo al mundo y se descojona de la tontuna generalizada. Que es la tontuna de ayer y de hoy. La tontuna de un mundo que, de ser inteligente, petaría ya mismo. |
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